Desde un talud se puede hacer parapente, descenso en cuerda, tirar un
queso y bajar rodando en su busqueda, practicar el salto pastor
canario con una vara de madera para salvar el desnivel o plantarte
frente a eĺ, desde la quietud contemplativa, renunciando a la
adrenalina para apostar por la clorofila.
Marcel conserva una muy buena planta, en sus años mozos podría hacer descendido por el talud escogiendo alguna de las modalidades más arriesgadas, tiene pinta de haber salvado desniveles pronunciados en su vida cimbreándolos con gracejo, pero llegó ya a Moratalaz con otro ritmos, con la mirada de crear vida más que de jugársela.
Hace dos años salío del portal de su casa, se paró en el talud pelado situado en frente y decidió plantar un jardín que se extendiese justo hasta el borde donde comienza el descenso.
La franja de vegetación que Marcel ha enraizado en un suelo pobrísimo que duerme sobre escombros reflejan la empatía y la sociabilidad de su jardinero. Algunas las aportó él, la mayoría se las traen vecinos u otros jardineros que saben de la buena mano de Marcel para las plantas.

En primavera la flora silvestre del talud explota sobre la ladera, atrayendo la mirada del paseante, por lo que su estrecho jardín puede pasar desapercibido. En verano y principios de otoño, el jardín pasa a ser La Galia, el único reducto de la calle que verdea.
Aún así, desde la paz y la tranquilidad, la Galia se va extendiendo poco a poco. Los palitos coloreados que delimitan el jardín se van replicando como esquejes hacia los lados. Quizás marcando el camino de la jardinería vecinal, que va tomando espacios a su ritmo en el barrio, pero de manera imparabale.
